Y mis pies en la Tierra.

Y todo empieza a cambiar y de repente me observo, tan pequeñita, tan insignificante que todo a mi alrededor me eclipsa. No puedo respirar, no puedo dormir, no puedo levantar la cabeza y cada vez me encierro más y más y sin darme cuenta, las manos de mis hermanos, de mis cuñados, de mis hijos y los suyos, se unen y en un esfuerzo infinito me devuelven a la vida. Me dan la oportunidad de nuevo de sentir su amor incondicional, sin esfuerzo porque lo dejan todo, porque su amor fraternal siempre ha brotado con holgura.

Pero de nuevo debo agradecerlo, siempre creyendo que la ley de vida sería la que me llevaría a cuidarles y devolverles todo el amor y sacrificio que han hecho por mí y son ellos quienes cuidan ,cuidan y me alientan a seguirles, a cada uno de ellos,salvando nuestros deshavenencias,arropan a mis hijos ,a Haritz y se vacían,y me colman de orgullo. 

Y recuerdo cada uno de sus te quiero, cada uno de esos abrazos que olvidabamos darnos cada vez que nos despedimos y los dábamos por hecho. Hoy los renombramos y nos sentimos orgullosos de ellos. Gracias hermanos y cuñados, siempre tan cerca, siempre tan humanos, siempre a mi lado.  

Yo solo quería que las navidades fuesen lo más normales  posibles y mi cerrazón casi las convierte en tragedia. Y llego a Oncología casi sin aliento y un compañero asiente con mirada triste, esto solo nos pasa a los sanitarios. Pero esta vez, me doy cuenta que mi testarurez casi me cuesta la vida. Y no la mía sino la posibilidad de despedirse a mis hijos, a mis hermanos a mi querido Haritz, a mis cuñados,de mis amigos. Tenemos tantas cosas que decirnos todavía.

Y en el trascurso de los siguientes días afloran conversaciones inimaginables con mis hijos de 15 años y observo sus duelos, sus miedos, sus recursos para luchar contra algo que ya no es una batalla, es un camino que debemos recorrer todos juntos, y lloramos,nos abrazamos y planificamos el futuro próximo porque aprendemos a vivir un segundo después del presente sin relojes, sin presiones.